Itinerario Político
Ricardo Alemán
El Universal
Domingo 19 de noviembre de 2006
´Golpe de estado´ legislativo, una posibilidad nada lejana
Los enfermos de presidencialismo, parodia en horario estelar
E n los días previos al 1 de diciembre, fecha en la que Felipe Calderón deberá asumir el cargo de presidente de los mexicanos, se convierte en un lugar común la interrogante sobre los agitados tiempos políticos: ¿quién se iba a imaginar que a partir del 2 de diciembre existirían dos presidentes en México: el constitucional y el "legítimo"?
Pero es posible responder la duda con otra pregunta: ¿había alguien sensato, antes del 2 de julio, que creyera que Andrés Manuel López Obrador respetaría el resultado electoral si le era adverso? Si la respuesta es sincera habrá que decir que no, que nadie creía que el "indestructible" aceptara el veredicto de las urnas si no lo favorecía. Otra interrogante: ¿cuál fue la pregunta que más se le formuló a López Obrador durante su precandidatura y a lo largo de su candidatura?
Tendremos que concluir que fue esa, si respetaría los resultados. Y a regañadientes, en todos los casos el señor Obrador debió responder que sí, que sería respetuoso de los resultados. Bueno, mostraba fastidio ante la pregunta, porque él y sus leales estaban plenamente convencidos de que ya tenían el triunfo en la bolsa, que el 2 de julio sería un mero trámite. Más aún, el tabasqueño nunca habló de un posible fraude, a pesar de que centró sus ataques discursivos en instituciones como el IFE y el TEPJF. La posibilidad de una derrota no estaba en el diccionario de AMLO.
¿A poco no sabían, los mexicanos sensatos, medianamente informados y que lograron sacudirse el fanatismo político de las partes en disputa, quién era AMLO y cómo reaccionaria frente a una posible derrota? ¿A poco de veras es una sorpresa que el señor López Obrador recorra el país en ese penoso papel de "presidente legítimo"? Por eso, a estas alturas, nadie debiera sorprenderse del triste espectáculo en que se ha convertido la política mexicana y el proceso de sucesión presidencial. El lamentable papel de la llamada izquierda mexicana, convertida en una caricatura de su historia, es más que una tragedia, sobre todo frente a la comedia que veremos mañana lunes, en donde la política y los políticos de esa izquierda vestirán los ropajes de bufones de la corte, del poder. La política mexicana convertida en un espectáculo de lágrimas y risas.
El mandato
Es una tragedia que a una provocación discursiva -como la amenaza lanzada por el PRD y cuyo autor intelectual es el señor López Obrador-, de que impedirá, "a costa de lo que sea", que Felipe Calderón tome posesión y proteste frente al Congreso como presidente, el país se convulsione, se produzcan interminables debates sobre lo que debiera ocurrir el 1 de diciembre, se especule sobre la posibilidad de un golpe de Estado legislativo, y existan quienes dicen que sólo se trata de un ritual del viejo presidencialismo que debe ser tirado a la basura.
En efecto, una buena parte del articulado constitucional y de sus leyes reglamentarias son ordenamientos legales obsoletos, que fueron diseñados por y para la sobrevivencia del viejo régimen, a modo de un sistema político soportado en el partido único y en el poder vertical del presidencialismo. Sí, pero ese contrato social es el que existe, el único que tenemos, que no ha querido ser modificado por la grosera partidocracia a la que se ha reducido la disputa por el poder; es el mismo ordenamiento por el que fueron elegidos los diputados y senadores del PRD, el mismo que les da legitimidad, poder y jugosas dietas, el mismo que juraron respetar y hacer respetar.
Y más allá de su obsolescencia, de su carácter cortesano, la Constitución y sus apartados relativos a la trasmisión del poder presidencial son una regla que, en tanto no sea cambiada, debe ser respetada, sobre todo por aquellos cuya misión es esa, la de reformar y hacer leyes nuevas, modernas, acordes con los tiempos que vivimos. Es una tragedia que no exista autoridad capaz de contener los excesos -ya no retóricos, porque el PRD y sus políticos pueden decir misa, si quieren-, sino políticos, de violencia política, que colocan a toda la sociedad a merced de un puñado de irresponsables enfermos de presidencialismo, que a nombre de la legalidad y la democracia transitan por los caminos ilegales y que atentan contra los fundamentos democráticos.
¿Quién le dio a los señores López Obrador, Navarrete, Noroña, Monreal, Ortega, Camacho, Ebrard, Garza y muchos otros del PRD más locuaz, el derecho de demoler la casa de todos? En efecto, el sistema presidencialista y representativo sobre el que se diseñó la nación, les otorga a los diputados federales la representación del pueblo y a los senadores la representación del pacto federal, de la Unión. Pero los diputados y senadores no son más que eso, los mandatarios de esa representación, porque los mandantes son todos los mexicanos. Los diputados y los senadores del PRD son, o debieran serlo, empleados de los ciudadanos, de los mandantes, pero en la realidad se comportan como los dueños del pensamiento, de las ideas, anhelos y frustraciones de los ciudadanos.
Secuestro y golpe
¿Cuántos ciudadanos están de acuerdo con la violencia política lanzada por AMLO y sus leales contra los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial? Vamos a suponer, a partir del resultado de los comicios del pasado 2 de julio, que 15 millones de mexicanos que se dicen agraviados, que sostienen que en esa elección se cometió un fraude, están de acuerdo con que Felipe Calderón sea impedido, "a costa de lo que sea", de asumir el poder presidencial y de protestar frente al Congreso. Esos 15 millones de mexicanos, a los que representa o dice representar el PRD, sus diputados y senadores y su "legítimo", no son los 40 millones que votaron ni el total de más de 60 millones de electores potenciales, y menos los poco más de 100 millones de mexicanos. ¿Cuántos mexicanos están en contra de la violencia política propuesta por el PRD y su dueño?
Pero vamos más adelante. Vamos a suponer que, en efecto, las fuerzas oscuras, la ultraderecha, el poderoso capital privado de dentro y fuera, y los medios "vendidos" se confabularon para cometer un horrible fraude contra el señor del gallo y de la pluma. En el mismo supuesto, vamos a imaginar que las instituciones electorales, como el IFE y el Tribunal Electoral, se prestaron para legitimar ese fraude. Vamos a creer que la elección presidencial se llevó a cabo de manera separada a la de diputados federales y senadores, lo cual legitimaría plenamente a esos diputados y senadores.
Frente a todos esos supuestos, ¿tiene algún sentido impedir mediante la violencia política que Calderón asuma el poder y proteste frente al Congreso? ¿Qué no están actuando, los diputados federales, senadores del Partido de la Revolución Democrática, y el "legítimo", de la misma manera, ilegal y facciosa, que el grupo al que acusan? ¿O es que estamos ante el caso de combatir la ilegalidad con más ilegalidad? Si un grupo faccioso asaltó el poder mediante las peores trampas, la facción derrotada responde con las mismas armas, con la misma violencia política y con las mismas ilegalidades, para impedir el ejercicio del poder de los primeros.
Pero resulta que los supuestos arriba citados: el fraude, la confabulación de los poderes institucionales y fácticos, y las elecciones separadas presidencial y de Congreso, no se dieron. Pero aun así, el PRD, sus diputados federales, senadores y su ex candidato presidencial transitan por la ilegalidad, no para combatir otra ilegalidad, sino para cobrar venganza de una vergonzosa derrota de la que todos en el PRD y en torno al "indestructible" tienen parte de la culpa. En el fondo asistimos a una venganza política, a un secuestro de las instituciones, y en el fondo, hasta de una intentona de golpe de Estado legislativo.
Si Felipe Calderón es impedido a asumir el poder y a protestar frente al Congreso, se crea el escenario ideal, y no imposible, para que ese Congreso decida nombrar a un presidente provisional, ante la ausencia del presidente electo. Y esa posibilidad, extrema pero existente, no tiene otro nombre que "golpe de Estado legislativo". Es decir, que una parte del Congreso -en este caso las bancadas del PRD- cree una crisis política extrema pero artificial, para impedir que el presidente electo se presente a asumir el cargo y a protestar guardar y hacer guardar la Constitución. En ese escenario, uno o más partidos están ante la posibilidad de nombrar a un presidente provisional. ¿Eso es lo que quieren? Si la respuesta es afirmativa, entonces asistimos a la confirmación de que el señor López Obrador no sólo era, sino que sigue siendo un peligro para México.
La comedia
Y en el otro extremo de la tragedia aparece, puntual, la comedia. Y es que es de risa no sólo el espectáculo producto de la enfermedad del presidencialismo, que nos ofrecerá en unas horas el "legítimo". Pero primero vale la pena explorar las contradicciones. Diputados federales y senadores del PRD dicen que la toma de posesión del 1 de diciembre es un ritual propio de los gobiernos priístas, y que esa ceremonia ya no responde a los tiempos de la democracia. El culto al presidente, el Congreso que lo aclama, la banda presidencial y el juramento, además del discurso de buenas intenciones. En efecto, usos y costumbres pasados de moda. ¿Pero por qué los diputados y senadores del PRD no se preocuparon por promover cambios a ese ritual? Más aún, ¿por qué no se preocuparon los señores legisladores de ese partido, y de otras legislaturas, por perfeccionar los órganos electorales, para evitar el horrible fraude del que fueron víctimas?
La respuesta es elemental. Porque el PRD de López Obrador, que ya poco o nada tiene de su rico origen de izquierda, no le interesaba y aún no le interesa la vida democrática, porque querían gobernar en ese sistema político imperfecto, que estimula la presidencia imperial, el culto al presidente, el mandato vertical y autoritario. El señor López Obrador y su claque quieren gobernar al México creado por el viejo PRI, y con lo más posible de sus viejas reglas.
Y una muestra contundente la ofrecieron en las horas siguientes al 2 de julio, sobre todo el 16 de septiembre, cuando en una simulación de Convención Nacional Democrática (CND), que de convención, de nacional y de democrática nada tuvo, el señor López Obrador fue proclamado "presidente legítimo". ¿Cómo se dio forma a esa convención y a esa proclama? Con acarreo, con dinero público, con simulación y engaño, y sin consultar a los miles de acarreados y de los que de manera legítima y respetable creían y aún creen en AMLO. Un repaso elemental de la forma en que se gestó la CND nos demuestra que se emplearon las mismas prácticas de corrupción, clientelares, antidemocráticas y autoritarias del viejo PRI. ¿Dónde está lo nuevo, lo democrático? Por ningún lado.
Esas mismas prácticas, aderezadas de la simpática comicidad en que ha terminado el Partido de la Revolución Democrática y su mesías, es lo que veremos mañana lunes cuando en el zócalo se realizará el mismo ritual de la sucesión que tanto critican los perredistas frente al Congreso. AMLO llegará no al recinto de San Lázaro, sino al zócalo, en donde será aclamado, en donde recibirá la banda presidencial, en donde protestará frente "a la gente", en donde ofrecerá su discurso y en donde saldrá en medio de vítores del respetable. ¿No que es un ritual rancio y que simboliza lo más viejo de la presidencia imperial? Que se haga la modernidad, los cambios, la democracia, en los bueyes de mi compadre. El problema es que la toma de posesión del zócalo, el ungimiento de López Obrador, no será más que una tramoya pirata, patito, chocolate. Y sería, como señalan algunos, un renovado capítulo de El privilegio de mandar, si no fuera porque también encierra un fuerte tufo a "golpe de Estado partidista". Es decir, cuando se manda el mensaje de que "a costa de lo que sea" se impedirá que Calderón asuma el poder, lo que se quiere decir es que, "a como dé lugar", AMLO le arrebatará el poder a los que osaron ganarlo en las urnas.
Si no soy yo, nadie
En el fondo, lo que veremos mañana lunes en el zócalo y el viernes 1 de diciembre en San Lázaro, no es más que el principio de una guerra política irresponsable, la venganza de un enfermo de presidencialismo que no reconoce límite, leyes ni democracia alguna, y que está dispuesto a que si no fue él el elegido, no será nadie. López Obrador, su claque, sus partidos y sus aliados están dispuestos a hacer lo que sea por hacer fracasar al gobierno de Calderón, por derribarlo, por obstaculizarlo. Con el cuento de que llegó al poder gracias a un fraude, AMLO y sus partidos -PRD, PT y Convergencia- se convertirán no en los enemigos más feroces del gobierno de Calderón, sino de la naciente democracia mexicana, en el enemigo de todos los mexicanos. Porque si se el "legítimo" le apuesta a la ingobernabilidad y al caos, le estará apostado ala profundización de los grandes problemas nacionales, le estará apostando al fracaso de todos.
El señor Calderón se sacó la rifa del tigre, y corre el riesgo de ser tragado por ese animal. Por lo pronto, deberá superar el obstáculo del 1 de diciembre sin permitir el secuestro; de lo contrario, habrá comprado otro boleto, pero sin retorno. Al tiempo.
aleman2@prodigy.net.mx
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